JULIA SCRIVE-LOYER
| Jefe Editorial y Redactora de la sección En Foco |
Estudió filología francesa y guion, pero siempre soñó con ser detective. Defensora de lo ecléctico y del anti-puritanismo. Es generalmente torpe con lo que ama, y eso se extiende hacia su amor al cine y las palabras. Las películas siempre han estado ahí, claro, desde antes de que ella naciera en 1993 (algunas no estaban todavía). Al igual que el dragón Henri Langlois, piensa que sólo el tiempo podrá decir si una película es “buena o mala”. Por lo tanto no habla aquí en términos cualitativos, si no puramente afectivos.
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ARTÍCULOS ESCRITOS POR JULIA
Una de las cosas que más me molesta del cristianismo es la supuesta misión humanista que se propone (ama a tu prójimo, etc), sin sin embargo ofrecernos ninguna figura que tenga rastros de humanidad en su conducta, es decir, ninguna figura imperfecta.
Hablo de esta película porque es una película navideña, no sólo por su trama, sino porque el hecho de que exista es un regalo.
Le pido poca cosa a las películas de navidad: que regeneren en mí toda esperanza en la humanidad.
Lo primero que me hizo pensar en el Black Lodge cuando volví a ver esta escena de The Shining no fue el color rojo.
Los círculos viciosos rodean a los personajes, pero solamente porque a la sociedad no le conviene creer en el cambio.
Cuando uno ve Kiss Me Deadly sin saber lo que le espera, el resultado es desolador, como quedarse solo en la tierra después del apocalipsis.
Como ya hemos dicho, Altman es un cineasta de multitudes; si en Nashville nos presenta una multitud vacía, y en Images una soledad que se disocia, en 3 Women Altman nos muestra un juego de espejos entre tres mujeres que a la vez son una y que a la vez son one too many.
El hecho de que esta película siga siendo tan relevante hoy en día, y quizás incluso más que en su fecha de estreno, es preocupante. Pero como vemos en Nashville, el mundo está repleto de personas tan únicas como manipulables, desesperadas por hablar pero casi nunca dispuestas a escucharse.
Todo lo que se ve y se escucha está al servicio de la narración, nada es capricho. Los juegos de espejo superan la trama y se permean en cada esquina del plano. Todo esto no hace más que acentuar la tragedia emocional, el sentimiento perturbador de estar perdiendo el contacto con la realidad y con la consciencia del “yo” único e indivisible. No conectar emocionalmente con esta película es carecer absolutamente de empatía.
Ma Nuit Chez Maud es, en esencia, una película sobre extremos: la castidad y la seducción, la casualidad y el destino, la mente y el corazón.
Cuando vi esta peli con 15 años, me acuerdo que anoté en mi cuadernito de adolescente wannabe “Gaspard es un loser”. Ese había sido mi resumen del personaje. Creo que sigo pensando lo mismo. Me ha tocado toparme con algunos Gaspard en lo que fui creciendo y sólo sirvieron para recalcar ese pensamiento inicial: Gaspard es un loser.
Como en el teatro, las circunstancias son las que generan el drama, las que despiertan emociones ocultas en los personajes, y son las que generan historias. Digo en el teatro, pero es algo común a todas las artes narrativas, entre ellas la vida misma.
Volver a ver esta película en este momento de mi vida fue un reencuentro que me conmovió mucho. Me conmueve también que sea una de las películas más amadas de Rohmer. Siempre he pensado que hay que confiar en las cosas sencillas.
La palabra, como en muchas otras películas de Rohmer, es un eje central de la película. Todo lo que vamos a analizar en este texto pasa por ella: la posición de cada personaje dentro de la trama, el aspecto teatral de algunos momentos de la puesta en cámara y del quiproquo central de la película, y claro, el amor (“esa palabra”).
La moral es algo muy presente en el pensamiento francés, y por lo tanto en el pensamiento Rohmeriano. Sin embargo la particularidad de esta moral, tal y como la estudiamos en las clases de filosofía y como la ponemos a prueba en el día a día, es que no es moralista ni moralizante.
Hay grandes combinaciones en la filmografía de Stanley Donen, pero Funny Face es probablemente una de las más perfectas en términos visuales, musicales y actorales.
Esta es una de esas películas que hoy en día no se podrían hacer sin sufrir fuertes acusaciones de parte del clan de lo políticamente correcto. Posiblemente en su época haya chocado justamente por lo contrario. En cuanto al discurso, es posiblemente de las películas de Stanley Donen que más ha envejecido. Pero hablemos de lo que nos sigue dando: malinterpretaciones de la biblia, una mirada proto-feminista, y escenarios idílicos.
Hay miles de razones por las que esta película es un referente en su carrera (y en la historia del cine). Hoy en día la historia parece simple, como deben ser los musicales, e incluso ingenua, como muchas películas de la post-guerra. Pero la verdad es que el sentimiento de alegría que nos deja ha superado la prueba del tiempo. Sin embargo, es también mucho más que eso; es el cine dentro del cine, es el retrato de un momento crucial en la historia del séptimo arte, es una construcción de escenarios complejos y de momentos de pura comedia y de puro amor.
Cuento viejo: un marinero desembarca en Nueva York y tiene un día para romper corazones. En Follow The Fleet (1936), Fred Astaire y Ginger Rogers juegan a ese juego. Él la enamora, ella se deja llevar. Sin embargo en On The Town (1949), nuestros hambrientos e ingenuos protagonistas tienen tres acercamientos muy distintos al amor.
Si usted, querido lector, no es atlético, o si tal vez las aceras de su ciudad son difíciles (…) entonces planifíquese bien este año nuevo.